Profesiones olvidadas

Las Lavanderas de Abram Arkhipov

De igual forma, algunos de los jóvenes de las nuevas generaciones, seguramente no hayan oído nunca hablar de algunas de las profesiones, prácticamente olvidadas, que vamos a recordar en nuestro post de hoy, o, aunque conozcan su existencia, no sepan exactamente en qué consistían.

Nodriza o ama de cría. Era la mujer, cuyos hijos aún se encontraban en edad lactante (o en ocasiones, más tristes, los habían perdido a esa edad temprana) que amamantaba a los bebés de familias adineradas, cuya madre no podía criar, o lo consideraba de poca categoría.

Plañidera. Hubo tiempos en los que el estatus social no se medía en likes, sino por la cantidad de personas que lloraba a un fallecido en su velatorio y entierro. Por ello, los familiares del difunto contrataban a mujeres que lloraban desconsoladamente, (algunas se tiraban del pelo o rasgaban sus vestidos) durante estas ceremonias.

Lavandera. Mucho antes del invento de la lavadora, y aún antes de que existiera el agua corriente, la única forma de lavar la ropa era las orillas de los ríos, o en lavaderos, donde las mujeres se dedicaban, durante horas, al lavado de la ropa, mientras cantaban, o, con mucha frecuencia, se dedicaban al “cotilleo”.

Escenas madrileñas. La soledad del sereno, de Francisco Sancha

Aguador. De la misma forma, antes de la existencia de agua corriente, para poder beber o utilizar agua en las labores de higiene, o para la cocina, la gente necesitaba comprar el agua de personas que la transportaban de un lugar a otro, anunciándose a gritos.

Farolero. Era la persona que se encargaba de encender y apagar las farolas de gas de las principales vías públicas, para que estuvieran iluminadas, y que la vida nocturna pudiera tener lugar.

Sereno. No es una profesión tan antigua, puesto que existió hasta principios de los años ochenta del siglo pasado, cuando aparecieron los porteros automáticos. Era el encargado de vigilar la seguridad de las calles, y el portador de la llave del portal de todos los edificios de su barrio. Al principio de su existencia gritaban la hora, añadiendo “y sereno”, de ahí su nombre.

Ascensorista. Al principio de su existencia, los ascensores eran más inseguros y difíciles de manejar que los que usamos hoy en día, en los que solo hay que pulsar un botón, por lo que hacía falta una persona que se encargara de su manejo. Además, el ascensor solía existir solo en edificios de viviendas de alto standing y grandes bloques de oficinas, lo que hacía de la figura del ascensorista un elemento de lujo más.

Telefonista. La llegada del teléfono supuso uno de los mayores avances en la comunicación. No todas las casas tenían teléfono, y las que tenían contaban con un único aparato, conectado a una centralita, desde donde una operadora conectaba la llamada con otra, que la llevaba al receptor. Poner una conferencia fuera más complicado que agendar una reunión por Zoom.

Afilador. Aún quedan algunos afiladores que todavía recorren las calles de nuestros pueblos y ciudades, con un coche y una locución grabada, muy similar, se encuentre donde se encuentre en la geografía de nuestro país. Pero antes, el afilador se movía en bicicleta, a cuya rueda se enganchaba el mecanismo que afilaba cuchillos y tijeras, y se anunciaba gritando y soplando el chiflo o “pito del afilador”.