El origen del Belén

Pero, según la tradición, el primer belén fue obra de San Francisco de Asís, en 1223, en una cueva de la localidad de Greccio, cuyo señor, Giovanni Velita, era amigo suyo.

A su regreso de un viaje a Palestina en 1222 Francisco fue a visitar al Papa Honorio III a Roma, para solicitar la aprobación de la Regla Franciscana, y aprovechó la audiencia para pedir permiso para poder representar la Navidad. La celebración tuvo lugar en una cueva escogida por Velita, que también envió al lugar un buey y una mula, basándose en la interpretación de Francisco de Asís de la lectura de Isaías: “Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo. Israel no conoce, mi pueblo no discierne”. Se dice que, durante la celebración de aquella misa en la cueva se produjo un milagro, y se apareció un bebé real en el pesebre.

A partir del siglo XIV, gracias a los frailes franciscanos, se popularizó la representación del pesebre como elemento de evangelización, extendiéndose el montaje de los belenes por Navidad como tradición por toda Italia. Los más famosos fueron los espectaculares pesepri napolitanos cuyas escenas, de gran calidad y con todo lujo de detalles costumbristas, se modificaban cada año con un montaje diferente.

Cuando Carlos III fue coronado Rey de España, a mediados del siglo XVIII, éste importó la colorista tradición, de la cual eran grandes admiradores él y, sobre todo, su esposa la reina María Amalia de Sajonia. La costumbre se extendió entre la aristocracia española con rapidez, y fue adoptándose en todas las clases sociales, en todo el territorio Español y también en América