Algunas joyas han pasado a la historia no solo por su belleza, sino también, por las leyendas que las han acompañado.

El Diamante Hope

El Diamante Hope o Diamante Azul, es un diamante de un color tono azul intenso, debido a su alto contenido en boro. Se cree que esta joya adornaba la frente de un ídolo hindú y que fue robada por un sacerdote; llegó a Europa en el año 1642 por el contrabandista francés Jean Baptiste Tavernier.

Se dice que sobre el diamante Hope y aquellos que lo poseen pesa una maldición. Desde 1689 hasta 1978 todos los poseedores de la gema sufrieron muertes violentas o inesperadas, lo que hizo alimentar su leyenda. Entre las víctimas de la maldición se encontrarían el mismo Tavernier que murió congelado y devorado por una jauría de perros, la Princesa de Lamballe, linchada en 1792, Luis XVI y María Antonieta, Catalina la Grande, Jorge IV, el Príncipe Iván Kanitowski, o Abdul Hamid II.

Su último propietario, Harry Winston, lo donó al Museo Nacional de Historia Natural de la Institución Smithsoniana en 1958. Lo mandó en un sobre ordinario y por correo postal.

 

El collar de María Antonieta

El collar de María Antonieta, que nunca fue de María Antonieta, era una espectacular joya de 2800 quilates con 647 diamantes, tasado en 1600.000 libras, diseñado por los joyeros de la corte, Bohmer y Bassenge, y encargado por Luis XV para su amante Madame Du Barry, aunque el rey falleció antes de que lo terminaran.

Bohmer ofreció la pieza a María Antonieta en numerosas ocasiones, pero nunca lo compró. La Condesa de Lamotte, una estafadora que presumía falsamente de ser amiga de la Reina, engañó al Cardenal Rohan, que ansiaba el favor de la monarca, haciéndole comprar el collar.

Rohan compró el collar a plazos, que nunca pudo pagar, y se lo entregó a Lamotte, que iba a ser la intermediaria para hacer llegar el collar a la reina. Lammote, en cambio, trató de vender los diamantes, uno por uno, a los joyeros de París.

Sin embargo, la historia que trascendió fue que la Reina había comprado otra joya para su colección por un precio desorbitado, mientras el pueblo moría de hambre, y fue el desencadenante de su detención y muerte en la guillotina. O, a lo mejor, fue la maldición del Diamante Azul.

El diamante Orlov

Se cree que el diamante Orlov (u Orloff), del tamaño y forma de un huevo cortado por la mitad, fue utilizado como el ojo de la estatua de Sri Ranganatha, en el templo de Srirangam en el sur de la India, y fue robado por un desertor francés de la guerras carnáticas, tras, convertirse al hinduismo, muy posiblemente, con intención de acceder al templo que tenía prohibida la entrada a los cristianos.

Tras un largo viaje, la piedra llegó al mercado de Ámsterdam, donde fue adquirida por el conde ruso Grigori Grigórievich Orlov, que lo compró por 400.000 florines holandeses, para regalárselo a una princesa alemana, con la que había tenido un romance en el pasado. La princesa no era otra que la futura Catalina II de Rusia.

La Emperatriz bautizó el diamante con el nombre del conde, y ordeno crear el Cetro Imperial, en el que incrustarlo. El conde Orlov tuvo que conformarse con el Palacio de Mármol de San Petersburgo que Catalina le regaló.

 

La Perla Peregrina

Esta perla fue descubierta en aguas del archipiélago de las Perlas en Panamá en el siglo XVI, por un esclavo, que adquirió con ella su libertad.

Perteneció a las Joyas de la Corona Española, prendida de un broche o joyel junto con el diamante El Estanque. Fue lucida por reinas y reyes españoles durante generaciones, y aparece en diversos retratos de Velázquez, como el Ecuestre de Felipe III, que la luce en su sombrero o el de Isabel de Borbón, en la cintura.

Fue robada por José Bonaparte, y posteriormente la heredaría Napoleón III, que la vendió al marqués de Abercorn en 1848. Tras pasar por las manos de varios coleccionistas, en 1969 salió a subasta, y la Casa Real española pujó por ella, para recuperarla, aunque finalmente el comprador fue el actor Richard Burton, que la regaló a su mujer, la también actriz Liz Taylor, que la lució en numerosas ocasiones. En una de ellas uno de sus perros mordió la perla, que, afortunadamente, no sufrió daño alguno.

En 2011, y tras el fallecimiento de la actriz, sus joyas fueron subastadas en Christie’s, y la perla Peregrina alcanzó el precio de 9 millones de euros.

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